martes, 15 de julio de 2008

Dedícame una sonrisa

La calle descendía suavemente y casi sin que uno se diera cuenta, se encontraba ante el mar que aparecía de pronto y sin avisar ante la vista, llenándola de azules claros y verdes oscuros.

El verano estaba siendo uno de los más calurosos que se recordaban en los últimos años, las horas centrales del día además de ser las más insoportables, pasaban del bullicio más ensordecedor de la hora de comer, a la tranquilidad total que se desprendía de las interminables siestas de cada tarde.

Ella, salía a la calle entonces, mientras todos dormían. A pesar de lo implacable del calor, prefería disfrutar y regocijar sus sentidos involucrándose con el silencio que tanto le gustaba, andar oyendo sus propios pasos sobre las piedras de las calles, detenerse de pronto y no conseguir oír absolutamente nada que no fuera su propia respiración, aquello no lo cambiaba por el mejor de los aires acondicionados que uno puede encontrar en una gran ciudad.


En casa le decían que en el pueblo iban a pensar que estaba loca, o bien que era muy rara, pero a ella le daba igual, lo cierto y más importante de todo era que disfrutaba de esos momentos y no pensaba por nada dejar de tenerlos.

Al principio de sus largas caminatas no sabía bien a donde dirigirse, pero poco a poco fue conociendo cada uno de los rincones de aquel pequeño pueblo pesquero y al mismo tiempo aprendió a disfrutarlo. Podía saber casi al mínimo detalle cualquier cosa que para otro pasaría desapercibida, no le hacía falta ni mirar para saber qué podía ser lo más bonito que tenía una casa, o el detalle más original de un balcón. Con aquellos tranquilos paseos había aprendido más que con todas las vacaciones juntas, disfrutaba, saboreaba y consumía poco a poco, todo lo que veía, eso, nadie lo apreciaba como ella.

Bajaba la calle y siempre eso ya desde el primer paseo que hizo, antes de llegar a ver el mar, se encontraba con un hombre algo mayor, siempre estaba en el mismo lugar, sentado tranquilamente en la puerta de una casa, seguramente la suya; y a medida que ella se iba acercando, la miraba distante, pero ella notaba que la observaba. El también parecía disfrutar del silencio de las tardes estivales, no sin más iba a estar allí sentado sonriendo a su paso.
No se decían nada, nunca se dirigían la palabra, él la seguía al mismo tiempo que ella andaba y seguía haciéndolo mientras oía como sus pasos iban alejándose poco a poco, el taconeo se perdía a lo lejos y él se quedaba esperando allí hasta el día siguiente.

Los días de vacaciones pasaron muy rápidamente y con ellos se esfumaba ya el tiempo libre y tranquilo de esos recientes paseos.

Salió el día antes de su partida, como siempre, para disfrutar y llenar todo su ser tanto como le fuese posible de todo aquello, de todas esas sensaciones. Poco antes de cruzarse con el hombre, aminoró el paso y le miró más que otros días, quería ver cómo era y así recordarle mejor.

- Hola.- Él la saludó antes de que llegara a su altura.- Despidiéndote del verano ¿Verdad?

Sorprendida por la pregunta se acercó hasta él y se detuvo.

- Pues sí, lo cierto es que sí. Pero no entiendo cómo puedes saber que ya me marcho.

Él la miró sonriente, abrió los brazos de par en par y suspiró dejándolos caer de nuevo sobre sus rodillas.

- Se nota en la forma de andar que tienes hoy, no es tan alegre, tus pisadas son tristes, te da miedo marcharte y por esto vas más despacio, quieres llevarte contigo todo lo que puedas, aunque sabes de sobra que eso es imposible. Temes irte y crees que así podrás recrear más todo aquello que has visto estos días.

No pudo por más que sorprenderse, aquel hombre había visto todo eso sin conocerla siquiera.

- No te sorprendas, simplemente es cierto. Pero tampoco temas, vendrá otro verano, llegará de nuevo el sol, el calor y volverás al mar, al descanso y a tus paseos furtivos en soledad.

- No puedo comprender cómo has sido capaz de ver todo esto y decírmelo tan acertadamente.

Aquel hombre alzó la cabeza y sonrió.

- De todas formas antes de irte, me gustaría ver tu sonrisa, la que seguramente no surgirá de nuevo hasta otro año, la que solo aparecerá cuando estés alegre y feliz como ahora.

Sonrió inconscientemente al oír esas palabras.

- Déjame saber cómo sonríes, aunque puede que no te hayas dado cuenta, necesito verla con mis manos, mis ojos no la verán nunca, pero estoy seguro que es tan bonita como la veo yo en mis sueños. Dedícame una sonrisa.

Cuando al mirarla de frente, el hombre se quitó las gafas de sol, pudo ver unos ojos tan azules como el mar que ella contemplaba a diario, profundos y claros, pero que sin embargo no dejaban pasar la luz de la que ella disfrutaba tanto.

Se acercó hasta él y tal como éste le había pedido le dedicó la sonrisa más maravillosa que espontáneamente surgió de su alma.

- Sabía que no iba a ser de otra manera, tal cómo la soñaba ha resultado ser.

Pasaba sus manos sobre su rostro, despacio, suavemente, siguiendo todas las líneas que su tacto sentía, estudiando sus facciones, dibujando sus labios y acariciando sus pestañas. Ella no se movía, pero no dejaba de sonreír, la emocionaba enormemente el sentir aquellas manos sobre su cara, inconscientemente, una lágrima resbaló de sus ojos. Él la recogió en la yema de su dedo corazón sosteniéndola con cuidado.

- No llores, es algo que no se puede describir con palabras, pero solo quien no ha visto jamás la luz puede saber cuánto vale la imagen que se obtiene a través del tacto. Eres muy bonita, y tu regalo para mí ha sido esa sonrisa, y además me has dado una de tus lágrimas que acabará fundida entre mis manos. Ahora no voy a quitarte más tiempo, disfruta de tu paseo como siempre y si alguna vez puedes, dedica por lo menos unos segundos de tu tiempo a recordarme.

No supo qué responder, dio media vuelta y continuó su camino igual que todos los días. Sus pasos fueron sonando cada vez más lejanos y él no dejó de mirar hacia ellos mientras los oía desvanecerse.

La lágrima que aún seguía cuidadosamente guardada sobre su dedo, resbaló lentamente fundiéndose con su piel.